domingo, 16 de marzo de 2008

ME DEDIQUE A PERDERTE

O de los efectos de la balada en un día de hiperventilación

Un día, de vuelta de una maldita jornada de trabajo, atareado por lo que hice y por lo que deje de hacer, capturado por ese maldito perfeccionismo que a ratos me torna obsesivo, comencé caminar de regreso a casa y, sin saber como, me encontré llenándome del aire que entraba a bocanadas por la ventana entreabierta del colectivo.

De pronto ensimismado por la rutina me note evitando al máximo cualquier relación con el conductor, el que interactuaba con la radio en voz alta, intentando hacerme parte de su conversación. En un acto casi surrealista, mientras fingía escuchar a quien por azar se encontraba a mi lado, comencé inconscientemente a hacer coincidir la canción que sonaba en la radio, con las imágenes que desfilaban una tras otra a gran velocidad mientras el vehículo se desplazaba por las calles de Concepción.

No recuerdo específicamente cuales fueron los primeros temas, pero la coincidencia de las imágenes con la música, me introdujo con agrado a un ejercicio que me saco por completo de la agobiante cotidianeidad.

Ese estímulo poco habitual y tan sencillo, me hacia esperar con ansiedad el próximo tema y la superposición de los ruidos y las voces al interior de ese reducido espacio perdió toda relevancia, lo cual se vio reforzado por el despliegue vehemente que me otorgo por varios minutos la música electrónica que sonaba en la radio, sin embargo, cuando llegaba al punto culmine de este ejercicio, fui devuelto groseramente a la realidad por un desacuerdo estético que impulso al chofer del colectivo a cambiar de emisora y transportarme al mundo de la balada. En menos de dos segundos mi nueva entretención fue lapidariamente destrozada.

Sin embargo, el alboroto neuronal que esa situación había provocado, me hizo reparar en un tema que tal vez en otra circunstancia habría sido solo una balada más, eso si con alguna diferencia significativa en la reacción, lo que marcara la diferencia.

Al principio me pareció algo burda, pero transcurridas algunas calles el contenido, la letra de la canción, comenzó a generarme cierto sentido, ya que describía claramente esa cotidianeidad abrumante, como rutina, y el como la suma de todos estos aspectos afectaba esos espacios ocultos y muchas veces postergados de la intimidad.

El interprete, un mexicano bastante melódico, en una serie de estrofas y de sobre manera en el estribillo, haciendo gala de una actitud que hace algún par de años sólo podría haber sido atribuible a una mujer, se culpaba de aquello que le daba sentido a la canción, no en una acción de reproche, sino mas bien en una suerte de reflexión, incluso podríamos decir de introspección.

En un ejercicio tan desgarrador como estoico, una y otra vez la canción, por boca de su intérprete, repite la idea central y se responde casi en una acción retórica culpándose de ser el causante del distanciamiento en la relación.

Casi sin darme cuenta habíamos avanzado en cuestión de casi cuatro minutos a mi lugar de destino, mientras me acomodaba para bajarme del colectivo, lo último que escuche del locutor fue… “y ahí teníamos a Pedro Fernández con Me dediqué a perderte”.


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