martes, 9 de septiembre de 2008

LOS NÚMEROS DEL ENIGMA:

o de la extraña desaparición del código.



Llámame, dijo, sin despegar sus ojos de los míos. Quería guardar su número, de verdad quería hacerlo, la vi alejarse y conté cada uno de sus pasos. No me pregunten cómo se desencadeno este incidente, pero lo evoco con tanta precisión, que parezco recrearlo una y otra vez en mi mente, y su recuerdo me ha rondado con vehemencia los últimos días, aún resuenan en mi cabeza los tacos de sus zapatos golpeándola acera, que en el vacío de la noche, parecían crecer en tanto se alejaba.

La observe hasta que su imagen era casi imperceptible, el trozo de papel en el que los números se habían plasmado se deslizó como una pluma en mis torpes manos, y en cuestión de segundos, como si los tendones de pronto hubiesen aflojado, mis dedos se abrieron y lo vi caer lentamente, los manoteos en vano, sólo lograron hacer mas interminable el juego en el aire, del trozo de papel que contenía una combinación de números que nunca vi, y no sé si al haberlos visto los habría recordado, debe ser por eso que ni siquiera lo he cuestionado.

Al sólo roce, del frágil fragmento, en contacto con el suelo, absorbió como una esponja toda la humedad allí contenida, que asechaba cautelosa la presa que se llevaría en sí toda su carga, en otras circunstancias de vida, los números plasmados en el papel se vaciaron como una descarga de sentido, impávido lo mire diseminar su tinta negra y convertir la secuencia numérica en una mancha de formas graciosas, que parecían reír de su transformación. Fruncí el ceño y decepcionado del azar y del destino ensañados en el olvido, trate de refugiarme en algún dato de nuestro furtivo encuentro, su nombre, pensé en voz alta, albergando en ello todas mis ganas, maldita memoria exclamé, no si tal vez lo grite, es ahora que te necesito y precisamente ahora es que no estás, mire a mi alrededor buscando algún testigo, alguna referencia, algún pequeño resguardo que pudiera como en un cuento de hadas reconstruir la huella, esta vez sin zapatilla que calzar y con sólo un rostro que recordar. Marque en el suelo, aquel lugar, como si aquello me pudiera ayudar.

Al día siguiente ni siquiera recordaba el lugar, al día siguiente ni siquiera la pude buscar, al día siguiente me encuentro bebiendo en un bar, contando esta historia que nunca pudo empezar y de la cual sólo conozco el final, hilvanando los hechos como en un poema, que será el único recuerdo que puedo guardar, pensando que ojala este papel, nunca se pueda borrar.

jueves, 4 de septiembre de 2008

PENSANDO EN VERDE

Si supiera que el mundo se acaba mañana,
yo, hoy todavia, plantaría un ÁRBOL.

27 de septiembre 2008
entre las 11 y las 14 hrs.
Concepción & Hualpén